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Revista GR-0: número 2
Sección10. Rincón Literario
TítuloLa mano
LA MANO


Oscuridad. Fría oscuridad. El aire cada vez se hace mas irrespirable. Hace tiempo ya que los oídos se han acostumbrado a este sepulcral silencio. Después del temporal, siempre llega la calma.

Fueron unos segundos interminables, el mundo parecía que de pronto se venia abajo, pero no era el mundo, simplemente era la casa; Un terremoto la echaba abajo, un cuarto piso al que le caían encima dos mas, tan simple como eso.

Ahora estaba mas tranquilo, lo peor ya pasó, al principio estaba muy asustado, pero ya no. Ya no le importaban esos grandes bloques de ladrillos que los tenían aprisionados, ni le asustaba la oscuridad, sus ojos ya se habían acostumbrado a ella, incluso si lo intentaba, si se fijaba, podía encontrar por la habitación algunas de sus cosas, todas tiradas por el suelo, rotas, sucias, perdidas....

Suerte que cuando tembló la tierra estaba con el su madre, ella le protegió, y lo calmó después de que pasara todo, ahora estaba dormida, pero aun lo tenia cogido de la mano. Su mano.

El sentir la mano de su madre le daba fuerzas; Porque ahora, él debía ser valiente, hasta que encontraran a su padre, él, era el hombre de la casa, y tenia que cuidarla. Ahora el debía demostrar que era todo un hombre. Debía olvidarse de todas esas cosas de niños, y portarse como un hombre, no podía fallarle.

Le dolía la pierna, como aquella vez que jugando al fútbol se hizo un esguince, pero más fuerte. Esperaba no tenerla rota, esa era su pierna buena, la de los goles mágicos, la que habría marcado un par de bonitos tantos esa tarde en el partido... ¿Qué habrá pasado con los chicos?.

Instintivamente volvió los ojos hacia su madre, aún dormía, y con dulzura apretó la mano que los unía.
Era lo único que podía hacer, el gran armario de la habitación le había caído encima. Si al menos pudiera abrazarla...
Pero no. Mejor la dejaría dormir.
Lo que tenía que hacer era no olvidar lo que ella le había dicho, tenía que estar atento, seguramente estarían buscándolos. Su padre era capaz de mover solo todas aquellas paredes para encontrarlos, en cuanto escuchara el mas mínimo ruido, en cuanto viera que caía mas polvo del habitual de esas paredes que los aprisionaban el tenia que dar golpes con aquella tubería, que no sabía de donde había salido, aunque en realidad allí ya no quedaba nada de lo que fuera su cuarto, allí ya no quedaba nada de lo que fuera su casa, salvo el calor que sentía en la mano: El calor de su madre.

Le costaba respirar, su madre se lo había advertido. Por eso no tenía miedo, si se ponía nervioso entonces necesitaría mas aire, como cuando estas jugando al fútbol, tenía que estar tranquilo, así el aire le duraría mas, lo mejor era pensar en cosas bonitas, como en el ultimo partido de fútbol que jugó con su padre, o la ultima excursión que hizo con sus compañeros de clase, cosas bonitas, tenía que pensar en cosas bonitas.

No tenía que ponerse nervioso, tenía que olvidarse de ese dolor en la pierna, tenía que aguantar un poco mas esa oscuridad, el frío que ya empezaba a helarle los huesos, tenía que ser el hombrecito de su madre.

Con disimulo miró a su madre, y al comprobar que aun dormía, dejó escapar unas lágrimas silenciosas que rodaron por la sucia cara de un niño, de apenas unos diez años, que se aferraba con fuerza a la mano del ser que le dio la vida, y que en esos momentos era lo único que se mantenía aun en pie en su vida, todo lo demás se había caído, todo estaba destruido, en apenas unos segundos su pequeño mundo de felicidad había sido destruido, sin que él apenas hubiera tenido tiempo para despedirse, en apenas unos segundos, un niño tuvo que crecer, y convertirse en un hombre con toda la cruda realidad que ello conlleva, pero él apenas estaba empezando a paladear las primeras lágrimas que llegaron hasta sus labios.

Lo primero que vió fue mas polvo cayendo del gran bloque que tenían encima. Fue entonces cuando olvidó todo lo que podría estar pasando por su mente, y puso todos sus sentidos en alerta, tal vez ya, por fin, estaban cerca.

Cuando finalmente lo escuchó, no podía creerlo, era un ruido tan lejano, pensó en llamar a su madre, pero mejor no, así cuando mamá despertara se encontraría fuera, mejor que siguiera durmiendo, estaba tan cansada.

Golpeó con todas sus fuerzas, con las pocas que ya le quedaban, y lo que antes le pareciera un sueño, se convirtió en realidad. Primero fueron los ladridos de los perros y después las herramientas golpeando esa dura piedra que los aprisionaba, y por fin ellos.
Cuántos habían ido, cuantos los estaban ayudando, qué alegría, otra vez vería la luz del sol, otra vez, podrían abrazar a su padre, otra vez jugarían al fútbol...

Miró a su madre por última vez, aquellos hombres le decían que tenia que soltarle la mano, que ya la vería fuera. Pobrecita estaba tan cansada que no se había despertado aun, que alegría cuando se despertara fuera, él le contaría todo, y ella le volvería a coger la mano y le sonreiría como solo ella sabía hacer.

Le dedicó una sonrisa, y lenta, muy lentamente le soltó la mano.

Después del terremoto, el tiempo parecía haberse entristecido, todo el tiempo el cielo había estado cubierto de nubes, nubes que no dejaban pasar un mísero rayito de sol, pero que por suerte, tan poco dejaron una gota de agua, que entorpeciera las labores de rescate.
Aquella mañana, el día amaneció con dos buenas noticias, las nubes se iban, el sol volvía, alejando así los temores de lluvia, y dando un poco de calor a los corazones que tan maltrechos estaban después de la tragedia. Y se había realizado un nuevo rescate, una madre y un niño, el niño de unos diez años, estaba bien, por desgracia la madre estaba muerta.

El Padre del niño ya se había localizado y, estaba vivo.

Relato Anónimo.

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