Ayuntamiento de Granada
Tráfico, Transportes y Protección Ciudadana
Servicio Contra Incendios y Protección Civil
AGRUPACIÓN DE VOLUNTARIOS

Revista GR-0: número 4
Sección02 Experiencia del voluntario
Título Cabalgata de Reyes


Esto que aquí sigue puede ser considerado como la continuación al Cuento de Navidad aparecido en el número 3 de GR-0. Si el Cuento de Navidad no era más que eso, un Cuento, una ficción, esta experiencia que os voy a relatar es totalmente real y me hizo, me hace -y pienso que seguirá- haciéndome reflexionar a diario sobre el valor de la vida.

La Cabalgata de Reyes estaba ya prácticamente agotada. En GR-50 nos encontrábamos en ese servicio, como dotación, como conductor José A. Rodríguez, GR-400, e Iván Lafuente, GR-300 y yo mismo como Auxiliares de Transporte Sanitario.

La tarde-noche no había sido especialmente movida para nosotros. Primero estuvimos en la esquina de Hospicio Viejo con Gran Vía, donde hubimos de abrir paso a una ambulancia entre el numeroso público asistente, como actividad más a destacar.

No cogimos ni un solo caramelo de Sus Majestades, pero tuvimos la suerte de que algún ciudadano, al vernos, parece que se le enterneció el corazón, y tras preguntarnos si habíamos conseguido alguno, nos obsequió con unos cuantos.

Tras el paso de toda la comitiva se nos encomendó dirigirnos cerca del Humilladero, para posteriormente ubicarnos en la Acera del Casino, a la altura del Teatro Isabel La Católica. Allí, por radio, nos indicó GR-4 desde el CECOP que nos dirigiéramos con medios a la Plaza de Gran Capitán, donde a la altura del comienzo de Emperatriz Eugenia, se tenía conocimiento de una persona tirada en la calle. A través del Camino de Ronda, con nuestros medios, los vehículos y autobuses se apartaban para dejarnos vía libre... En el transcurso de nuestro trayecto, mientras nos poníamos los guantes, nuestro CECOP nos informó de qué se trataba: un intento de autolisis desde un tercer piso, de modo que nos hicimos idea de lo que podríamos encontrar allí. El CECOP nos indicó que ya estaba en el lugar del suceso una unidad de 061. En breves minutos llegamos a la situación señalada. Allí nos encontramos con la dotación de UVI-MÓVIL de 061 y un coche zeta de Policía Nacional.

Se trataba de un callejón peatonal cerrado al paso del público por una verja que custodiaba un miembro de P. N. Sobre el suelo, ya dentro de ese callejón, un oscuro presagio: un cuerpo tapado por una sábana blanca. Los compañeros de 061 recogían su material...Ambú, desfibriladores...nada pudieron hacer por salvar la vida a esta persona que, al parecer, falleció en el acto. Informamos de todo ello a GR-0.

No habíamos logrado reponernos de este impacto cuando, encontrándonos ya de nuevo junto a nuestro vehículo, y ayudando a descongestionar un poco el tráfico de la calle, escuchamos los llantos y sollozos de una persona. Un señor mayor, acompañado de una chica y de un joven, intentaba consolar a ésta, que se deshacía en llanto...Se trataba de la hija de la víctima, que regresaba a casa y se encontraba sorpresivamente con toda la escena descrita. Intentamos, entre la enfermera de 061 y nosotros, calmarla, sentarla y darle un vaso de agua, pero la chica lo único que quería era llorar y permanecía abrazada al chico...el señor mayor se dirigió a mí y me preguntó: “¿qué van a hacer con mi exmujer?”. Le comenté que no era labor nuestra, pero para proceder a su traslado habría de comparecer el Juez para ordenar el levantamiento del cadáver...

La chica permaneció llorando sola junto a la verja, contemplando el cadáver de la que fuera su madre, envuelto en la sábana blanca. Esa escena, ese dolor, se me quedaron profundamente grabados en la mente...

Los inevitables curiosos se acercaban atraídos por la presencia de la UVI-MÓVIL de 061, el zeta de P. N. y nuestro GR-50. Las preguntas siempre eran las mismas: “¿qué ha pasado?”, “¿quién era la víctima?”, apoyados por la dudosa credibilidad de decir: “es que soy vecino y lo mismo la conozco”...

Permanecimos allí unos cuantos minutos más, no sabría precisar cuántos, porque el tiempo parecía dilatarse en esa circunstancia. Por fin la chica accedió a entrar a un bar cercano a tomarse algo. Nos despedimos de los compañeros de 061 y del miembro de P. N. que quedó impidiendo el paso de personas ajenas al lugar del triste suceso, no sin antes preguntarles si necesitaban algo de nosotros, y dado que allí ya poco podíamos hacer, comunicamos nuestra disponibilidad al CECOP.

En GR-50, de vuelta a GR-0, los componentes de la dotación poco hablábamos. Posiblemente todos íbamos pensando en lo que acabábamos de ver y ello se reflejaba en nuestros rostros.

Esa noche, la noche de Reyes, no pude dejar de reproducir en mi mente todos estos recuerdos: el suicidio de una persona, los intentos vanos por salvarla, el dolor tan enorme que una cosa así puede dejarle a los familiares, el llanto de su hija, la desorientación del exmarido de la víctima, el morbo innato en nuestra sociedad que se traduce en el querer saber el cómo, el cuándo y el por qué de lo sucedido, nuestra impotencia ante un hecho irreversible, nuestra función como voluntarios de un Servicio de Emergencias... El día siguiente, el Día de Reyes, no todo el mundo sería feliz, no todo el mundo tendría regalos. La vida, una vez más, mostraba su ambivalente rostro.

Creo que esta experiencia no la olvidaré. Su recuerdo perdurará conmigo cada 5 de Enero. Ni sé cuantas veces me habrán insultado realizando un servicio. Me acuerdo especialmente de una Semana Santa, en la plaza del Carmen, cuando un tipejo (se me ocurren epítetos más desagradables pero me abstendré de usarlos) se me encaró porque yo quería volver a la ambulancia para prepararme para llevar a una mujer que mis compañeros estaban recogiendo en plena calle. Él estaba muy cómodo en la acera para apartarse porque yo necesitara pasar. No soy violento, ni nunca he necesitado serlo, pero tuve que encerrarme en el vehículo un momento y respirar hondo para recuperarme de la rabia, furia, odio y mala leche que me embargaron (y aunque suene prepotente, diré, además, que yo le sacaba quince centímetros al inútil ese). Aquel día decidí que nunca más volvería a conducir la ambulancia, me encontraba en tal estado de tensión que no me veía con ánimos de cruzar la ciudad a toda velocidad... ¡Qué asco de gente se encuentra uno por el mundo!
Pero terminé el día, después de haber trasladado a una señora con posible fractura de cadera y a otro con idéntico pronóstico en el hombro. Personas que no tienen culpa de la insolidaridad de sus convecinos.
Y después están sucesos como el del Jueves Santo del corriente año: Me encontraba enfrente de la fuente de Isabel la Católica vigilando la "Procesión del Silencio", al lado del vehículo que me correspondía, sobre la una y diez de la madrugada. De pronto oí como un rugido sordo, el sonido del miedo que proviene de los instintos más profundos del cerebro, algo que sólo podía surgir de un monstruo de mil cabezas... y en un momento vi a la fiera y esta me rodeo: una incontrolable masa de asustada gente.
Da igual lo que te cuenten, lo que creas o lo que hayas visto en películas; en ese momento te mueves por instinto, y el mío fue coger a mi compañera y correr en la dirección contraria al tumulto, esperando llegar a la fuente del mismo. A la altura de Plaza Nueva nos dispersamos (conmigo avanzaron un nutrido grupo de compañeros de Protección Civil). Atendí de inmediato a un hombre con fuertes dolores en la pierna, tranquilicé a la exaltada clientela del bar en que se encontraba y calmé a un señor que se puso a vociferar contra la procesión. De regreso al vehículo trasladé a dos ancianas hasta nuestra ambulancia (una de ella en volandas), sólo para comprobar que allí ya me esperaba una chica con síntomas de histeria. Y la lista seguía creciendo...
Al final también tuve que atender a una chica con problemas respiratorios y trasladar a "Trauma" a una mujer con fuertes dolores en cuello, hombros y uno de sus brazos por culpa de la gente que la había arrollado.
El colmo fue al día siguiente. Salvando al "Canal21" (televisión local) que nos trató con sumo respeto y fidelidad a lo sucedido; pudimos ver como para la televisión nacional, en "Tele5" ni siquiera estuvimos allí (¿Habré sido abducido por los extraterrestres?, porque no tengo otra explicación esas dos horas de mi vida). Y dentro de lo malo, esa fue la mejor, porque incluso hubo periódicos que dijeron que nosotros "acrecentamos" la confusión.
Pero a mí me basta con saber lo que yo hice y el orgullo que me embarga cada vez que recuerdo la actuación de mis magníficos COMPAÑEROS.
Esta historia no tiene moraleja, eso son fábulas, y esto es la realidad.
Un abrazo y buen servicio.

Guillermo Burgos, 18029

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