Ayuntamiento de Granada
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AGRUPACIÓN DE VOLUNTARIOS

Revista GR-0: número 5
Sección10 Rincón literario
TítuloLa caja de cerillas
Un año mas, ya es Navidad.

Toda la gente corre de un lado para otro cargada de regalos, con bolsas llenas de compras bajo las luces multicolores de la ciudad, mientras de los altavoces de las tiendas suenan los acordes de los viejos, y añejos villancicos de siempre. Ya es navidad, un año mas.

Escondido entre sus gastados cartones, bajo una sucia manta, llena de remiendos, escucha el bullicio de la ciudad, ansiando que pasen las horas, que llegue la hora en que todo el mundo se cobije en sus casas, y lo dejen solo en mitad de la calle, en la inmensidad de su mundo. Ya esta cansado, le gustaría estirar un poco las piernas, pero no se atreve. Ése portal que ha encontrado es demasiado bueno como para arriesgarse a perderlo, debe esperar, sí, hay que esperar, cuando nadie quede bajo las luces de neón, entonces, sólo entonces, podrá salir él.

Hoy, tiene suerte, la gente se irá antes. Es nochebuena, así que pronto, todos se habrán ido, todos, en busca de sus familiares, y así juntitos, alrededor de una mesa bien provista, con un fuego caliente cerca de los pies, cantaran esos villancicos que no dejan de sonar una y otra vez, sin cesar, hasta que las luces se apagan, y solo quedan las estrellas para hacerle compañía; Bueno, las estrellas y esos cientos de bombillas que cuelgan de los árboles. Pero esas le gustan, son bonitas.

Hace frío, demasiado para sus cansados huesos, seguramente, ya le quedan pocas Navidades.

Entre la bufanda, que le llega hasta la nariz, y la vieja gorra, bien calada hasta las orejas, apenas se pueden apreciar los ojos, si es que alguien se molestara en levantar la manta y los cartones que lo cubren, pero aun conservan el viejo color de las esmeraldas que en su juventud a tantas jovencitas traía locas, y algunas veces se puede apreciar en ellos cierto tono burlón y pícaro, pero siempre falto de maldad.

Si alguna vez alguien se molestara en mirar aquellas esmeraldas, cuando sentado sobre sus cartones, envuelto en su manta, coloca la gorra hacia arriba, tal vez alguien se daría cuenta de las perlas que de ellas nacen.

Ya no queda gente. Ya puede incorporarse un poco, salir de su escondite sin sentir las miradas de los afortunados que nada saben, pero sin embargo siempre juzgan; en especial en Navidad. Por fin, ahora, puede echar un trago. No le va a quitar el frío, ni el hambre, ni el reuma, ni las penas... pero al menos engaña al alma, apaga su voz un rato. Que no es poco.

De niño, le contaron una vez un cuento, “La pequeña vendedora de fósforos”, era su cuento preferido, pero, por mas que todas las noches gastaba una caja entera de fósforos buscando en cada uno de ellos sus recuerdos perdidos y, ... no despertar a la mañana siguiente, siempre para él había un mañana. Aunque no perdía la esperanza, quizá esta noche, fuera su noche.

Del bolsillo de la chaqueta sacó un bocadillo, y un par de mantecados. Al fin y al cabo era Nochebuena también para él, depositándolos sobre la helada acera, para extraer del roído bolsillo interior una vieja petaca y la caja de mixtos de esa noche, con sus recuerdos de las Navidades pasadas. Las Navidades felices.

El primero le lleva hasta su infancia, junto a sus padres y hermanos, allá en el pueblo, la pobreza de una casa de agricultores, la riqueza de una familia honrada, trabajadora, llena de amor.

Hubiera querido quedarse allí, pero el mixto se apagó, no dio para más. Así que rápidamente encendió otro. El bocadillo, el licor, le estaban animando el cuerpo, y las cerillas el corazón. La segunda le trajo a su padre, en el campo, junto a quien solía ir de niño, a quien el quería con locura. Un hombre noble, que una guerra entre hermanos mató.

La tercera, esa dolió, le devolvió su familia, su mujer, sus hijos...,todo aquello que perdió. No quería volver a perderlo, otra vez no, lanzó la cerilla en la caja para que no se apagara y con sus manos protegió aquella pequeña fogata, mas lentamente se apagaba, se consumían las llamas sin remedio, llevándose de nuevo todo lo que le era querido.

“Por favor, esta noche, sólo esta noche, dejádmelos esta noche, se está tan sólo sin ellos”.
Trocito a trocito fue cortando el cartón sobre el que se sentaba, avivando así las llamas del fuego, el pobre consuelo a su soledad, hasta que al fin, ebrio, se quedo dormido.

A la mañana siguiente despertó con dolor de cabeza, como siempre, no soportaba demasiado bien el alcohol. Cuando vio el cerco negro que dejó la fogata de la noche anterior sonrió con tristeza. Se ajustó los guantes, la gorra y la bufanda, y por supuesto recogió su manta y lo que quedaba de los cartones, tenía que moverse de allí, pronto vendrían a echarlo, lo bueno no dura para siempre, con suerte, tal vez esa noche podría repetir, el rincón era bueno.

Antes de marcharse no pudo evitar dirigir una última mirada al lugar donde la noche anterior hiciera su fogata, quedándose durante unos instantes mirando la mancha negra, para el fin, sin poder evitar cierto brillo en sus verdes ojos murmurar, ¡Feliz Navidad!.

Nota: La hipocresía no va conmigo, no pretendo que corráis a socorrer a todos los mendigos, pies negros... que os encontréis por el camino, simplemente pretendo recordaros que bajo esos cartones hay personas; que no sabemos como, ni por qué, han llegado hasta ahí. No juzguemos y dejemos que ellos tengan también una Feliz Navidad en la medida de sus posibilidades, aunque sólo sea soñando a través de una caja de cerillas.

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