Plan General de Ordenación Urbana 2001

Memoria

2. ANÁLISIS DE LA INFORMACIÓN URBANÍSTICA. Evolución del asentamiento

B. EVOLUCIÓN DEL ASENTAMIENTO


1 La depresión granadina ocupa una posición central en el conjunto de depresiones que forman el surco intrabético, un corredor natural entre las alineaciones montañosas de la Subbética y de la Penibética, que enlaza el Levante con el Mediterráneo. Las terrazas fluviales de los ríos Genil, Darro y Beiro dieron origen a su vega, bordeada por un anfiteatro de colinas cuya altitud media ronda los setecientos y ochocientos metros. Su situación geográfica permitió al asentamiento beneficiarse de las facilidades de comunicación en la circulación regional y de las ventajas defensivas ofrecidas por la elevada altitud de las cadenas montañosas que lo circundaban. Su base económica fue posible gracias a la riqueza agrícola de la vega. No obstante, por sí solo, el conjunto de factores geográficos no explica ni el predominio adquirido por Granada -respecto a otros asentamientos con similares condiciones, e incluso con mayores facilidades-, ni tampoco su continuado desarrollo urbano. Fueron factores históricos los que determinaron el aprovechamiento al máximo de las ventajosas condiciones ofrecidas por su situación y emplazamiento geográficos.

2 Desde su nacimiento con los primeros cronistas cristianos (las fuentes medievales islámicas constituyen un conjunto imprescindible para conocer la historia política y urbana granadina, pero no instituyen un género propio y diferenciado), la historiografía granadina ha sostenido dos opiniones divergentes sobre los orígenes de la ciudad. La primera tesis afirmaba la continuidad histórica entre Granada e Iliberri (ciudad iberorromana mencionada en las fuentes antiguas e identificada como sede de uno de los primeros concilios de la Cristiandad). Mientras que la segunda tesis negaba tal supuesto y situaba Iliberri al pie de Sierra Elvira.

Las dimensiones ideológicas de ambas posturas, la ocupación residencial del asentamiento -con los consiguientes conflictos entre los métodos de investigación arqueológica y los usos residenciales-, las falsificaciones intencionadas de restos, haciéndolos pasar por romanos (en los siglos XVII y XVIII), todo ello ha incidido negativamente sobre la investigación histórica de los orígenes de Granada.

De acuerdo con las últimas campañas arqueológicas realizadas en el Albaicín, parece confirmarse la hipótesis iliberritana. De ser así, la antigüedad del asentamiento se remontaría hasta el siglo VII a. C. La interpretación de las evidencias arqueológicas suministradas por las excavaciones realizadas junto a la Puerta Nueva o de las Pesas, en la placeta de las Minas, sitúa en esta zona el emplazamiento del foro de la ciudad iberorromana de Iliberri. El lugar fue objeto de excavaciones a mediados del siglo XVIII, aunque en una operación falsaria llevada a cabo por el Padre Flórez, restos auténticos fueron mezclados con falsificaciones que pretendían dar por ciertas las falacias sacromontinas, y obligó a la autoridad pública a sepultar lo hallado.

En línea con esta tesis, algunos estudios sostienen que con anterioridad a la etapa musulmana, en la margen izquierda del Genil, al pie de la Alhambra por su lado sudoeste se había asentado una colonia judía (Garnata al-Yahud según las fuentes árabes). Durante algún tiempo coexistirán ambos núcleos (la ciudad iberorromana y la colonia judía) hasta acabar formando uno solo.

3 Vista desde el presente, la ciudad es el resultado del conjunto de decisiones desplegado en el tiempo y su diagnostico debe, por lo tanto, considerar el proceso histórico de formación y transformación del hecho urbano. Entendiendo este en sus dos aspectos, material y formal. Como realidad material, la organización del espacio urbano está conformada por una red de espacios públicos de circulación y reunión (calles, plazas y edificios dotacionales), y de espacios residenciales. Como realidad formal, la ciudad es un espacio dotado de valores culturales y funciones institucionales y políticas.

El proceso de desarrollo urbano de Granada ha seguido un modelo expansivo a partir de fajas concéntricas semicirculares, con cambios sucesivos en la orientación de su crecimiento. La primera ocupación residencial se produjo sobre las colinas de San Cristóbal, del Albaicín y de la Alhambra, por sus potencialidades estratégico-defensivas. A partir del siglo XI, con la monarquía zirí, la expansión del recinto se orientó hacia las terrazas fluviales. Fue un momento de crecimiento poblacional, acentuado por los movimientos migratorios dirigidos hacia la metrópoli musulmana, a causa de la presión militar castellana. Al modelo de ciudad acrópolis se sobrepuso el de ciudad en llanura, más adecuado para el desarrollo de las actividades comerciales.





En la primera fase de la ocupación cristiana, el plano de la ciudad se extendió hacia el noroeste, con la implantación del Hospital Real y de los barrios de San Lázaro y de la Duquesa. Después, en la etapa barroca, el recinto urbano se desarrolló hacia el oeste y el sur, a partir de los caminos surgidos de las antiguas puertas de la muralla. Más tarde, durante el gobierno napoleónico, se potenció el eje del río Genil, con actuaciones en sus riberas. Finalmente, en el siglo XIX el interés se centraría más en las operaciones de reforma interior que en las de ensanche, mientras que durante las décadas quinta y sexta del siglo XX, la expansión urbana se realizó sobre los sucesivos ensanches (a menudo espontáneos o no planificados), que extendieron el organismo urbano hacia el norte, sur y oeste.

4 Podemos distinguir cuatro grandes periodos bien definidos en la historia urbana granadina: de formación, de transformación de la estructura urbana medieval, de gestión urbanística liberal y de urbanismo planificado. Aunque, en las líneas generales de su evolución se puede aislar una invariante: la estructura de la ciudad consolidada (la ciudad histórica) ha sido vista como obstáculo para el progreso. En efecto, hasta fechas recientes (PGOU de 1985), los programas urbanos desarrollados en Granada se han sustentado en políticas de ensanche y de reforma interior de la población, al margen o en contra de la ciudad heredada y de su realidad morfológica, topográfica y paisajística.

Formación urbana: la urbe medieval islámica


El primer periodo que individualizamos coincide con el de formación de la urbe bajomedieval. Durante esta etapa se fijará en lo esencial la estructura que, durante toda la época moderna y contemporánea, será el marco habitual de la convivencia civil, y, a su vez, objeto a transformar para facilitar esa misma convivencia.

La ciudad musulmana de Granada fue el resultado de dos momentos históricos (durante el interregno africano la estructura urbana zirí sufrió pocas transformaciones, aunque la lectura de algunas fuentes como Ibn Idari sugiere a los estudiosos que con lo almohades se realizaron algunas intervenciones sobre el recinto amurallado). El primer periodo, a partir del siglo XI, con el establecimiento de la dinastía Zirí se formó el conjunto urbano, ampliando sus defensas y haciéndolo capital de la región, aprovechando sus ventajas geográficas.

El segundo período comenzó en 1238, cuando Muhammad I Ibn Al-Ahmar fundó la dinastía Nazarí. Con los nazaríes la ciudad y su reino se convirtieron en el último reino islámico de la península ibérica, alcanzando cotas de esplendor y decadencia. El núcleo del poder se trasladó desde la alcazaba Cadima (vieja) de los ziríes, en el Albaicín, a la frontera colina de la Sabica, originando la ciudad palacio fortificada de la Alhambra.

Conviene detenerse, siquiera brevemente, en la descripción de la ciudad medieval islámica, tal como quedó conformada poco antes de la incorporación a la Corona castellana, y de los proyectos subsiguientes de reforma. Pues será este el objeto a transformar por espacio de casi cuatro siglos, y, pese a las modificaciones habidas en su red viaria, y, en su morfología, la definición estructural del espacio urbano ha estado vigente hasta hace relativamente poco, con un centro funcional comercial y administrativo en torno al sector de Bibarrambla, Catedral, Ayuntamiento, y de una serie de fajas residenciales extendidas desde aquí hacia la periferia, cercana a los terrenos rústicos de la vega.

El espacio urbano islámico se configura sobre bases muy diferentes de las del occidente medieval cristiano. Frente a las bases jurídico-políticas concretadas en el municipio (con sus principios de autogobierno, autonomía local y representatividad), la razón fundamental de ser de la ciudad islámica es abrigar las familias de la comunidad en un espacio construido que les permita desarrollar su vida de acuerdo con las prescripciones coránicas. Todo en la ciudad islámica se ordena en torno a los lugares de culto (la mezquita) y de concentración. Los barrios frecuentemente coinciden con el perímetro vocal del almuecín que llama a la oración, frente al urbanismo de ascendencia clásica greco-romana, basado en la geometría y en la reglamentación.

La ciudad, en suma, está regida por una centralidad asociada a lo sagrado. Toda ciudad islámica tiene su centro. El centro de la Granada nazarí lo constituía la medina presidida por la mezquita aljama (sobre suyo solar se edificó la iglesia del Sagrario). En torno a este centro se desplegaban las actividades comerciales y los equipamientos públicos más importantes (Alcaicería, alhóndigas, fondaks como el Corral del Carbón, la madrasa) pero también los espacios residenciales. Próximos a las zonas comerciales, se concentraba una población de artesanos y mercaderes, a mayor distancia, barrios más o menos cerrados (harat) y los arrabales. Cada una de estas unidades urbanas se hallaba encerrada por su propia cerca, a la vez que un dispositivo amurallado conectaba las defensas de la ciudad palatina de la Alhambra con la barbacana de Bibataubín que defendía el valle del Darro.

El espacio estaba rigurosamente jerarquizado. A cada función correspondía un tipo de circulación más o menos pública o privada. Los barrios eran unidades urbanas que poseían su propia identidad y un equipamiento autónomo: mezquitas, baños, tahonas y tiendas. La estructura corporativa de los oficios (a cuya cabeza estaban los alamines o alarifes) se correspondía con la distribución espacial de usos y funciones, al ocupar cada cuerpo de oficio los puestos de toda una calle, a la que daban nombre (zacatín, de ropavejeros; cuchilleros, etc.). El principio jerárquico que ordenaba el espacio urbano se correspondía con una red creciente de clausuras y segregaciones a partir de la familia y el linaje, y los grupos étnicos. Miembros de una misma familia ocupaban áreas urbanas contiguas y comunicaban sus casas mediante puertas falsas o pasadizos volados sobre la calle. En su origen, la toponimia urbana parece estar ligada al gentilicio de los habitantes que dieron nombre al asentarse a los barrios (Cenete, Gomérez).

El hábitat doméstico musulmán se concibe a partir de un elemento clave: el wasât al-dârt. Traducido aproximadamente por "patio umbrío" es un espacio central, más o menos abierto hacia el cielo, que conforma el corazón de la vivienda. Distribuye, reúne, acoge todas las actividades cotidianas. Y es el centro de la vida femenina. La casa responde a la valoración de la intimidad y a la segregación social de la mujer. Por eso, la fachada o al-wajihah no cuenta, la casa vuelve la espalda a la calle; al exterior predomina el paño ciego, mientras que lo que a ojos occidentales pudiera entenderse como fachada, por su ornamentación, se encuentra en el interior, abierto al wasât al-dârt. La casa, de pequeñas proporciones, se volcaba hacia el interior. Su estructura arquitectónica creaba vacíos en el interior de las manzanas, que contrastaban con el carácter compacto de un bloque urbano, apenas fisurado por callejuelas. La casa constaba de salas rectangulares flanqueadas por alcobas laterales con un único vano de ingreso abierto al patio sobre el que se disponían un grupo de ventanas cerradas por celosías a manera de respiraderos. En los casos más notables, el patio copiaría a escala menor la distribución de dos pabellones enfrentados con un patio rectangular centrado por alberca propia de la arquitectura palaciega.

El parcelario no indicaba la división de los volúmenes construidos, sino que el dominio del suelo y el aprovechamiento de este, están disociados. Por el contrario, era frecuente que estos volúmenes se encabalgaran en altura. Al igual que eran frecuentes las algorfas y macerías, cuerpos diferenciados en altura, con acceso (y a veces propiedad) diferentes de los inferiores y los cobertizos o cuerpos volados sobre las calles.


El principio jerárquico del espacio urbano islámico se manifestaba también de manera singular en el sistema viario. Constaba de un sistema radial que conectaba entre sí las diferentes puertas de las cercas, y de un sistema secundario que daba acceso a las viviendas. Esta red secundaria se organizaba a partir de adarves (callejones sin fondo, semiprivados) y atarbeas o pequeños vacíos generalmente de planta cuadrada, cuyos edificios colindantes estaban ocupados por tiendas de una misma mercadería. Asimismo, el principio jerárquico espacial reflejaba la estructura de la propiedad y del poder: las unidades residenciales conformaban agregaciones homogéneas a partir del módulo pequeño que regía la parcelación y la edificación, junto a grandes extensiones propiedad de la familia dinástica que se extendía por el interior del recinto urbano, aunque su mayor concentración se producía en el sector oriental de la población, próxima al campo del Príncipe.

Transformación de la estructura urbana medieval


El segundo periodo en el proceso de desarrollo urbano granadino coincide con los intentos de transformación del organismo medieval y con la definitiva expansión de los bordes de fijación del plano urbano a finales del siglo XVIII, tal y como observamos en el levantamiento topográfico de Francisco Dalmau.

La incorporación de Granada a la Corona de Castilla condujo inevitablemente a la transformación del orden urbano islámico. Transformación que no fue ajena en absoluto a un proyecto político de más amplio calado, la creación de una nueva forma de organización política, a partir de los Reyes Católicos: el Estado. Desde ese enfoque es como hay que entender el ciclo de experiencias urbanas desarrollado en Granada durante todo el siglo XVI y hasta la expulsión definitiva del elemento morisco del reino tras las revueltas de la década de 1570. La conquista del reino de Granada supuso su fusión en el entramado institucional castellano, y, sobre todo, la voluntad decidida de transformar políticamente un marco social y civil que resultaba incomprensible y molesto, no sólo a ojos de los nuevos pobladores, sino, sobre todo, para la Corona, es decir, para el naciente Estado. Derribo de ajimeces y cuerpos volados sobre la vía pública, ensanche de calles, institución del cabildo municipal, de la Capitanía General, de la Chancillería, desarrollo del programa parroquial (gracias a una Bula otorgada en 1501), creación del Hospital Real. Todo ello se inscribe en un doble registro. Por una parte, la modernización de una estructura urbana que se siente ineficaz. Por otra, la asunción por parte del estado del control del espacio urbano, de su sentido y de su función.



Prologando la primera edición impresa de las Ordenanzas de Granada figura una carta de merced de 20 de septiembre de 1500, convertida en privilegio en 15 de octubre de 1501. Por medio de esa disposición, la Corona instituyó el Cabildo, con 24 regidores y su correspondiente aparato administrativo (entre el que destacaba el nombramiento de un Obrero, especie de arquitecto y sobrestante, y jueces de edificios); se ceden para ejidos (es decir, terrenos comunales) los osarios musulmanes; para casa de Cabildo, la Madraza y para Propios la renta de la hagüela (impuesto sobre casas, tiendas y censos, del que pertenecían tres partes a la Hacienda real y una al Ayuntamiento); asimismo, se cedían las casas de las Alhóndigas y se disponía que pudiese ubicar carnicerías y pescaderías y un peso del Concejo; los muros, cercas, puentes y alcantarillas quedan propiedad de la ciudad, etc.

Un nuevo orden urbano se superpuso a la estructura física de la ciudad bajomedieval. Las relaciones funcionales permanecieron inalteradas durante algo más de tres siglos (la centralidad funcional de la medina continuará), a pesar de los cambios de alineaciones (apertura de plazas como la Plaza Nueva, volteada sobre el río Darro, ensanche y rectificación rectilínea de calles) y pese a la implantación de un nuevo tejido administrativo-religioso con las parroquiales.

Cambios importantes fueron la creación de las morerías (1494) y los intentos por ordenar y sistematizar el parcelario. El viajero alemán Jerónimo Münzer que visitó Granada en 1494 (dos años después de su conquista cristiana) decía que las casas de los moros eran como nidos de golondrina, por lo complicado de su trazado y, sobre todo, que una casa de cristiano ocupaba cuatro o cinco árabes. De ahí se infiere el proceso de agregación de parcelas que comenzó, y el de regulación de la disociación entre la propiedad del suelo y la del vuelo o edificación, de enorme trascendencia en el concepto del dominio en el mundo musulmán.

Granada fue vista como un símbolo, era la nueva Jerusalén reconquistada. Pero también era un hecho material sobre el que había que actuar para adecuar su estructura física a los ideales políticos de renovación urbana:

En una primera fase, con los Reyes Católicos y su hija doña Juana, la preocupación de la Corona fue asegurar el poblamiento y el ennoblecimiento de la antigua capital del reino nazarí. Porque la dicha çibdad sea mejor poblada e ennoblescida (Carta real de merced a la ciudad de Granada determinando la organización de su cabido, 20 de septiembre de 1500). Corresponden a esta fase los proyectos góticos que intentaron modernizar la morfología urbana. En una segunda fase, el capital simbólico de la ciudad se asoció al proyecto imperial, con dos programas de una importancia extraordinaria: la residencia del emperador junto a los palacios nazaríes en la Alhambra, y el panteón de la familia imperial proyectado en la catedral.

Entre los siglos XVII y XVIII la ciudad consolidará las líneas de fijación del plano urbano y establecerá gracias a nuevos ensanches apoyados en implantaciones religiosas (sobre todo conventos) el perímetro del organismo preindustrial. Límite que funcionará hasta que los planes de ensanche proyectados en la primera mitad del siglo XX definan las áreas de contacto con los terrenos rústicos de la vega en función de su aprovechamiento económico y no de su carácter productivo, alterando el equilibrio campo-ciudad y conduzcan el proceso de creación urbano según las leyes del mercado del suelo.

La ciudad baja se desarrolló o a partir de la medina musulmana, emplazada en las terrazas fluviales del valle del Darro. El doble proceso de cristianización y castellanización de la ciudad hispanoárabe, tras su conquista en 1492, perpetuó -y acrecentó- las funciones comerciales y representativas confiadas a los equipamientos públicos ubicados en la margen derecha del río. La llanura fue el lugar preferido por los nuevos pobladores cristianos. Se consolidaron nuevos asentamientos en los bordes de contacto con la vega. Surgieron barrios nuevos organizados en torno a fundaciones religiosas.

La despoblación y el abandono sufridos por el barrio del Albaicín (tras la expulsión de la población morisca en 1571), la reactivación económica y el prestigio ideológico adquirido por la vieja medina, con el establecimiento del complejo catedralicio y la sistematización de la plaza de Bibarrambla, configuraron este sector de la ciudad baja como el nuevo centro urbano. Por ello estará llamado a desempeñar un importante papel en las reformas burguesas de la ciudad iniciadas en el siglo XIX y prolongadas hasta el primer tercio del XX.

El barrio de la Magdalena tuvo su origen en la fundación de la parroquia de la que tomó el nombre, establecida en la calle de Mesones (posteriormente trasladada a la iglesia del convento de monjas agustinas). El arrabal de Mesones existía ya en época nazarí en torno a la calle del mismo nombre, pero, durante el siglo XVII, este sector urbano conoció una expansión demográfica inusual en los desarrollos urbanos de las ciudades españolas contemporáneas, sometidas a procesos de regresión poblacional. El barrio sigue el modelo urbanístico de asentamiento trazado a cordel, según un plan ortogonal de calles paralelas a la plaza de Bibarrambla, cortadas por otras transversales hacia la vega. La calle de Gracia se constituiría en el eje principal del nuevo entramado urbano, comunicando el convento de las agustinas y el convento de Gracia.

En la confluencia de los ríos Darro y Genil surgieron otros dos focos expansivos: los barrios de la Virgen y de san Antón. El área ocupa un vasto terreno, extendido a lo largo de la ribera del Darro, extramuros de la antigua cerca nazarí, hasta las inmediaciones del Genil. Dos construcciones religiosas polarizaron el crecimiento urbano: la basílica de Nuestra Señora de las Angustias y el Convento de san Antonio Abad.

La transformación en parroquia independiente de la iglesia de las Angustias aseguró el crecimiento urbano del sector, e instauró un centro devocional de gran atracción para la población granadina. La principal arteria de esta zona era la Carrera Vieja (después llamada de la Virgen), un espacio longitudinal en la margen del río Darro, esencial en su configuración morfológica. Además de servir como eje viario cumplía funciones representativas como lugar donde se desarrollaban procesiones y celebraciones cívicas. La carrera terminaba en el puente del Genil, reformada en 1685. En el entorno del puente el Concejo había determinado la plantación de unas alamedas, que en el siglo XIX se transformarían en jardines públicos. En sus cercanías discurría la Acequia Gorda. Esta canalización hidráulica, que conducía su caudal hacia las huertas de la vega, a cuya red de riegos abastecía, daba funcionamiento además a un conjunto de instalaciones fabriles que circundaban la periferia urbana: desde molinos de pan a tornos para la seda. Cuando las alamedas fueron transformadas en jardines, según los nuevos ideales del decoro y ornato públicos que guiaban las intervenciones burguesas sobre la ciudad, cambió radicalmente la función desempeñada por las riberas del río Genil en el conjunto urbano.

En el lado izquierdo de la Carrera se conformó el barrio nuevo de los monjes de Santa Cruz, originado en terrenos que habían sido huertas del convento de dominicos. La estructura del nuevo barrio se organizó también según el trazado a cordel, con una disposición ortogonal de su viario (que lleva nombres de santos dominicos) y un loteo en manzanas cuadrangulares.

Al otro lado del río Darro surgió el barrio de San Antón, asimismo vertebrado sobre un trazado en damero, con un eje principal, la calle de San Antón, y otro paralelo, la calle de San Isidro, subsidiario de este. El barrio articulaba la continuidad entre los barrios de la Magdalena y el de los monjes de la Santa Cruz, prolongando el tejido urbano del centro neurálgico de las actividades comerciales e institucionales concentrado en la ciudad baja, la antigua medina musulmana.

La conexión entre los barrios de San Antón y el de las Angustias se aseguraba mediante los puentes de Castañeda y de la Virgen volteados sobre el Darro entre 1675 y 1700. El paso del río por el centro de la ciudad era un dato territorial inexcusable, a la vez que cumplía una función esencial en el desarrollo de determinadas actividades artesanales e industriales, al poder verter a él sus desechos.

Gestión urbanística liberal


En el tercer periodo que hemos individualizado en el desarrollo urbano granadino, concurren la gestión urbana liberal y el despegue económico de la ciudad, basado en la acumulación de capital generada por las industrias de transformación de los cultivos de remolacha en la vega. Durante esta fase, se llevan a cabo las empresas de transformación urbana de más hondo calado. El embovedado del tramo del río Darro comprendido entre Plaza Nueva y Puerta Real creó un centro funcional, con la consiguiente vertebración en el corazón de la vieja medina musulmana y de un eje comercial moderno que funcionará hasta finales del siglo XX. La apertura de la Gran Vía de Colón, supuso la crisis definitiva del sistema urbano medieval y el origen de una nueva sistematización viaria, cuyos efectos son bien patentes en la actualidad.

Pero, además, es durante este periodo cuando se definieron dos categorías de gran trascendencia para la comprensión ulterior de la ciudad y de su morfología. Por una parte, fruto de los viajeros románticos, se originó una interpretación pintoresquista de Granada, acompañada de un impresionante ciclo iconográfico que privilegió una visión general de la ciudad basada en fragmentos escogidos de su paisaje urbano. A la vez, la crítica romántica a la ciudad burguesa estableció, por su consistencia ideológica, un horizonte interpretativo de gran operatividad: es la interpretación ganivetiana. Por otra parte, no se puede soslayar que la gestión urbana liberal, además de sus técnicas urbanísticas (ensanche, reforma interior, zoning) se apoyaba instrumental y conceptualmente en el ideal del decoro y ornato públicos. Ello supuso en la práctica la adopción de unos patrones formales en la edilicia anclados en la cultura arquitectónica ecléctica, y encontró en el control de la ordenación de las fachadas la manera idónea de entender y hacer la ciudad. Esto último, unido al incremento de la producción inmobiliaria y a la transformación de los inmuebles tradicionales en inmuebles de renta o plurifamiliares, convenientemente refacheados, condujo a la definitiva definición formal del centro histórico y funcional granadino.

1 Al carecer la ciudad de planes de ensanche o de reforma interior, el principal instrumento de intervención urbana en Granada durante décadas, fue el proyecto de alineación. Entre 1844 y 1885, el Ayuntamiento aprobó 198 proyectos de alineación; más de la mitad de los cuales eran simples reformados que se referían a menos de 20 calles de las 850 que tenia entonces la ciudad. La técnica de las alineaciones fue un ejercicio de planificación que no logró articular un plan general de reformas. Su aplicación, necesariamente fragmentaria, al favorecer la reparcelación exigida por la concentración del capital inmobiliario y la redistribución de la propiedad, ordenaba el territorio de las nuevas arquitecturas vinculadas a la cultura historicista. La operatividad de las alineaciones estaba condicionada por la inexistencia de un mecanismo expropiatorio expeditivo, por el precio desmedido a pagar para expropiar fincas urbanas, por la exigüidad económica de la hacienda local, y por la ineficacia de la propia administración municipal.

2 La primera oportunidad para la renovación urbana y arquitectónica del interior de la población la ofreció el proceso desamortizador. La desamortización (1836) permitió obtener espacios públicos en el interior del recinto urbano, previa demolición de las edificaciones religiosas cedidas a la Administración central o adquiridas por los Ayuntamientos y cuya restauración no pudo llevarse a cabo. Se abrieron nuevas plazas, como la del Carmen o de la Trinidad, que, con el desventramiento que suponían de la estructura urbana heredada, liberaron espacios en el compacto entramado urbano bajomedieval. La exclaustración también supuso una renovación importante del equipamiento dotacional e institucional. La demolición de los conventos de San Agustín y de Capuchinas, posibilitaron erigir mercados públicos sobre sus solares. En otros casos, las edificaciones mantenidas sufrieron un cambio de usos: parte del convento del Carmen fue ocupado por la nueva Casa Consistorial, el convento de la Merced, fue destinado a cuartel, etcétera.

3 A partir de la segunda mitad del siglo XIX dos datos nuevos dirigen el debate y la práctica urbanos: el ferrocarril y el embovedado del río Darro.

Al NO de la ciudad, las instalaciones ferroviarias generaron un polo de atracción hacia ese sector, y una importante tensión en el plano de la ciudad, puesto que se completaban con otra estación proyectada (y no construida) al S, en las proximidades del puente del río Genil. La vieja medina nazarí, ahora centro burocrático y comercial de la ciudad, se convertía en un incidente molesto para el tráfico interior de personas y mercancías, y el ferrocarril se mantenía alejado de la ciudad.

Las obras del embovedado sobre el río Darro (1854-1884) y la ordenación del barrio próximo a la plaza de Bibarrambla (apertura de la calle Príncipe y las nuevas alineaciones de la calle Salamanca) habían otorgado a esta zona de la ciudad una ventajosa posición relativa en cuanto a accesibilidad, lo que había hecho de ella el lugar preferido para el desarrollo de las actividades burocráticas y comerciales. Con el abovedado del primer tramo del Darro se redefinieron la imagen y el paisaje urbanos, al convertir las traseras de los edificios que volcaban sus desechos al río en fachadas, y se alteró la morfología y función de todo el conjunto comprendido entre plaza Nueva y Puerta Real.

4 La característica definitoria por excelencia de la gestión urbana liberal fue la quiebra que supuso la cesión de la capacidad de producir suelo por parte del Estado al privado. O sea, de entender que este podría ser mercancía apta para el mercado. Aquella cesión fue el voluntario abandono de un privilegio mantenido a lo largo de la historia urbana previa, pues sólo el poder estaba capacitado para diseñar la ciudad, calificar sus espacios y definir sus usos. A partir de esta cesión, la burguesía asumió la capacidad de programar el suelo, de lotearlo, de gestionarlo, de crear infraestructuras desde sus intereses o de fijar la clasificación por usos. Esta quiebra se constata en la historia urbana local con el episodio de la Gran Vía de Colón.



Las buenas expectativas abiertas por la expansión de la industria azucarera de la vega granadina, hicieron pensar a sus promotores en convertir a Granada en la sede de los negocios azucareros, y, no en colocar unos recursos financieros acumulados previamente. Pero para ello, había que realizar la tan esperada reforma interior de la población. La iniciativa partió de la cámara de Comercio e Industria, en 1890. Todo hace pensar que el proyecto había sido madurado por el presidente de la Cámara, Francisco López-Rubio, impulsor de las actividades azucareras y su socio, el arquitecto Francisco Giménez Arévalo. En 1894 el proyecto, firmado por el arquitecto municipal Modesto Cendoya fue aprobado. Al año siguiente se constituyó la sociedad anónima La Reformadora Granadina, promotora del proyecto, y, en 1934 se procedió a la liquidación de la sociedad.

Aunque, desde un enfoque funcional, la apertura de la Gran Vía supuso la conexión del centro comercial con el nudo ferroviario del noroeste; desde planteamientos estructurales, representó la desestabilización del equilibrio urbano tradicional. La yuxtaposición de un eje rectilíneo sobre el complejo entramado urbano de la medina cortó los vínculos existentes entre las redes primarias y secundarias que articulaban las circulaciones, y exigía para su funcionamiento la redefinición (no realizada) de todas las conexiones transversales a la nueva arteria (como la proyectada y no construida Gran Vía de los Liberales). Por otra parte, la tensión longitudinal de la avenida obligaba a su prolongación a través del barrio de san Matías, proyecto dilatado en el tiempo y objeto de contestación ciudadana, cuando se abordó a mediados de 1970. La construcción de la Gran Vía supuso la reordenación de 43.698 metros cuadrados de la ciudad, lo que trajo dos consecuencias. La primera, con el desmantelamiento de la estructura socioprofesional del barrio central de Granada, una segregación espacial en función de los niveles de renta. Esto contribuyó a la congestión de los barrios históricos, especialmente del Albaicín, al buscar en ellos alojamiento las clases más modestas y las categorías profesionales manuales (casi dos terceras partes de los habitantes censados). La segunda consecuencia, fue que, si bien se procedió a la renovación de un lote importante del parque inmobiliario del centro histórico, se hizo a costa de la demolición de edificios de indudable valor, y su sustitución por nuevos tipos inmobiliarios.

5 La ciudad liberal fue el resultado de una ruptura epistemológica en su gestión y en su construcción. Cuando el problema del alojamiento obrero y el de la disgregación del organicismo de la ciudad preindustrial se hacían cada vez más evidentes, se perfilaron dos alternativas: la planificación urbana (lo que significaba corregir el desequilibrio entre el Estado y el privado) y el rechazo antiurbano, materializado en la ideología ciudadjardinista.

Respecto a la planificación urbana, el Estatuto Municipal de 1925 contemplaba en su artículo 127 la obligación de redactar planes de ensanche para los municipios que entre 1910 y 1920 hubieran experimentado un aumento en su población superior al 20%. Las iniciativas del ensanche granadino fueron absorbidas por la política de viviendas baratas desarrollada durante la dictadura de Primo de Rivera. Pero el intento de disciplinar y solucionar el ensanche quedó reducido a la promoción de construcciones económicas en sectores muy localizados de la ciudad. Al amparo de esta política y junto a las tasas baratas (destinadas al alojamiento obrero), se desarrollaron promociones para las clases medias y medias altas. Las más representativas fueron las diferentes colonias de hotelitos que se emplazaron en el Paseo de la Bomba o en la Huerta de Belén. De este modo el espacio urbano quedó sometido a un principio de zonificación que distribuía los lotes residenciales de acuerdo con los diferentes niveles de rentación.

Pensadas para descongestionar el centro urbano de la antigua medina, sometida a la operación de la Gran Vía. En ellas bajo un repertorio formal historicista se despliega un programa urbanístico deudor de las ideologías ciudadjardinistas, fundamentado en la aplicación de una tipología residencial unifamiliar con parte de la parcela libre.

El ensayo de esta práctica urbanizadora tendría una versión lingüísticamente más depurada en el Barrio Fígares.

    Página actualizada el: 26/01/2004
Ir al principio Ir a la página anterior Volver a la lista Ir a la página siguiente Ir al final